5/10/08, 16.00

Un clásico es un partido que siempre se está jugando. En eso se parece a una ceremonia o un ritual. Los actores pueden cambiar, pero los personajes que ellos interpretan no cambian jamás. Se repite con una convicción semi-religiosa (algunos fundamentalistas incluidos) una batería de cosas sublimes, tonteras, argumentos de peso, cantitos fóbicos, anécdotas chistosas y recuerdos épicos. Se ponen en escena los rasgos de cada rival, se falla siempre en lo mismo, se acierta siempre en lo mismo.

Por eso el vaticinio no tiene mucho sentido ni importancia. Un clásico más no va a cambiar nada, porque esto se trata de hacer todo igual: el árbitro va a tener la culpa de lo malo, va a pasar algo raro, aparecen viejas glorias entradas en canas a decir cómo se le juega al rival. Nuestros colores destilarán orgullo y grandeza, los del rival mostrarán cobardía y mezquindad. Si bien ustedes podrán llevarse una parte del botín, nosotros siempre somos más (porque eso es lo que nos define, y uno va a un clásico a experimentar la pertenencia, a segurizarse de que todo sigue siendo como nuestro padre nos explicó siendo chicos*).

¿Qué va a pasar el domingo en el Monumental? Colo Colo va a ser local y mayoría, como siempre. El rival se va a jugar el año. Marcelo Pablo va a hacer una declaración de principios. Salah va a mantener la cabeza fría, lo más que se pueda. Garreros y madres van a acuchillarse entre sí. En Rapa Nui aparecerán candidatos a cuanta cosa, tratando de experimentar el imposible contacto visceral con el pueblo. Y el pueblo va a gritar por todo lo que no grita: la micro lenta y llena, el jefe, el precio de la bencina, el miedo a todo. El que haga un gol será ídolo por un lapso más. El que falle se va a fin de temporada.

* mi padre me explicó claramente que ser colocolino era lo más lindo de ser chileno. Y tiene razón.